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ENTERRAR Y CALLAR por José Ignacio Roca
Written for the calatolg of the exhibition "Carlos Motta: Untitled # 2 from Enterrar y Callar" at the Aliance Française, Bogota, Colombia, 2004
   
En sus primeros trabajos, Carlos Motta cuestionaba la posibilidad de representación a través del medio fotográfico, generando imágenes casi abstractas, manipuladas haste el instante preciso en donde el referente se torna irreconocible. Es el caso de Pesca Milagrosa (2002-2004), una instalación con cientos de imágenes “raptadas” del Internet y retrabajadas en el computador para producir rostros casi genéricos, irreconocibles, en donde los rasgos que definen la identidad se vuelven completamente difusos1, llamando así atención a la superficie fotográfica como determinate exclusivo del significado de la imagen, en un juego de abstracción y figuración.
 
   
 
   
En Sin Título 117, Motta tomó de la red imágenes de cuerpos amontonados de víctimas de violencia de diversa naturaleza y las montó sobre madera eliminando por completo el contexto, de tal manera que los cuerpos, dispuestos en el suelo en una retícula regular, fueron a la vez descontextualizados e individualizados, otorgándoles la corporeidad que habían perdido en su versión electrónica y una tactilidad inherente a su carácter adquirido de objeto. Esta insistencia con el cuestionamiento del “borde” o del “límite” de manera literal o metafórica aparece de manera recurrente en sus trabajos posteriores. En la serie Enterrar y Callar, iniciada en 2003 y que incluye trabajos en fotografía, video, escultura e instalación, el límite invocado es el que separa la existencia de la desaparición, en una alusión a la muerte y a la forma como ésta es representada. El título de la serie hace referencia explícita a los Desastres de la Guerra, la serie de grabados en donde Goya plasmó de manera magistral la conciencia colectiva de toda una generación frente a la tragedia de la guerra. Radicado en Nueva York desde hace siete años, Motta fué testigo no solo de la los atentados del 11 de septiembre, sino de la manera como la información sobre las víctimas fué manejada por los medios de comunicación; a manera de control político. Después de Septiembre 11 y por espacio de dos años, Carlos Motta comenzó a recoger guantes que encontraba tirados en las aceras de Nueva York.
   
 

   
El tenso ambiente posterior a los atentados y la decisión oficial de no presentar imágenes de las víctimas en los medios hacían que una prenda en cierto modo insustancial tomara otra dimensión por las asociaciones que le sugería al artista. Los guantes en las aceras -una presencia cotidiana durante los meses fríos-denotan doblemente la idea de un cuerpo ausente: el guante, como toda prenda, es un índice del cuerpo, y por tratarse de una prenda que siempre funciona en pares, el hecho de tener uno solo indica un estado constante de incompletitud. Recogerlos fue para Motta "una forma de negociar [el] tránsito cotidiano por la ciudad en luto". Sin título # 2, 2004, consiste en cinco monitores colocados en un pedestal en el medio de una sala oscura, de tal manera que es necesario circular en torno a este "túmulo" para poder ver todas las imágenes, que se presentan simultáneamente pero con una duración diferente, de tal manera que constantemente hay un proceso que se inicia y uno que termina. Cada monitor muestra un guante tirado en el suelo, que es consumido lentamente por el fuego hasta convertirse en cenizas para luego "regenerarse" al invertirse el sentido de la grabación, en un bucle infinito que alude a los procesos de vida y muerte, destrucción y posterior reconstrucción. A Motta le interesa preguntarse por cuestiones como el luto y el duelo colectivo, la imposibilidad de rectificación político-social y la representación de la violencia a través de imágenes poéticas que se alejan de toda referencia explícita. Refiriéndose a esta serie, el artista ha afirmado: “Al utilizar imágenes simbólicas y al asignarles el deber de cuestionamiento político a través de recursos estéticos, Sin Título # 2, 2004 hace referencia al progreso social de luto colectivo generado por la violencia y su mediada representación. Esta obra desea cuestionar la responsabilidad moral de una sociedad frente a acciones políticas y el carácter definitivo e irremediable de la intencionalidad política”. Las obras de Motta evitan toda posición concluyente: ¿a quienes estamos realmente viendo? ¿cuales son las verdaderas causas de un hecho trágico? ¿puede haber muertes trágicas y otras que no lo sean? ¿es la violencia patrimonio de algunas sociedades, o se trata de un fenómeno universal? Como en ciertas obras del artista francés Christian Boltanski, quien mezcla imágenes de torturadores y sus víctimas (que el espectador es incapaz de diferenciar) para evidenciar la imposibilidad de establecer juicios a partir de lo que creemos que la imagen es capaz de transmitir, Motta obliga al espectador a cuestionarse sobre lo que se le está siendo presentado al volver difusos los límites que definen la existencia de la imagen como soporte de una "verdad" concluyente.